Opinión
NIKOS KAZANTZAKIS La lucha por la santidad
Tuve un acercamiento de primer orden a la obra del Premio Nobel griego debido a un curso dictado por el profesor Miguel Ángel Chiovetta el 2011 en la Facultad de Filosofía y Letras, que supongo y espero aún debe dictar, de la Universidad de Buenos Aires (la UBA de la calle Puan).
Nikos Kazantzakis fue un autor universal, un hombre poseído por el fuego sagrado de la poesía y por el amor incesante a su pueblo. Debido a su experiencia vital, existen ciertos temas transversales en la obra de Kazantzakis. Uno de ellos es la transformación de la materia en espíritu, el mito, relacionado con el pasado nacional, como elemento de inspiración, el sentido del abandono y sobre todo el de la lucha como elemento constitutivo del ser. La lucha por la libertad, recordemos la opresión que sufría la Grecia en que vivió a manos de los turcos, y otra lucha relacionada con la anterior: la lucha por la santidad. Todo ello sumado a la recuperación que hizo del demotiki o lenguaje del pueblo.
Dice Kazantzakis en una carta del 4 de abril de 1929: No son los hombres quienes me interesan, sino la flama que los consume. Esta misma idea la encontraremos después en su libro Carta al Greco:
“Una llama atraviesa las piedras, los hombres, los ángeles, esto es lo que yo quiero pintar. No quiero pintar la ceniza […] Quiero pintar el instante en que las criaturas de Dios arden: un poco antes de que caigan en cenizas. […]”
Volviendo al tema que da título al artículo, ¿cómo lograr la santidad?, ¿qué entendía Kazantzakis por esta? La perfección del hombre no pasa de ser un anhelo, una lucha diaria en pos del ideal inalcanzable, pero por eso ¿debemos abandonar dicha empresa? Nos refería el autor casi al final de sus días, en una entrevista para la radio francesa realizada por Pierre Sipriot sobre la frase de León Bloy: No existe más que una tristeza: no ser uno de los santos:
“Sí, seguro. No hay más que una tristeza. Y es que no somos santos. Sin embargo, un místico musulmán completa León Bloy mostrándonos el camino que conduce a la santidad. Ser santo, dice, es el deseo supremo. Pero, al comienzo debes satisfacer todos los otros deseos. Une así este místico musulmán la beatitud mística con la realidad tan acuciante. Y nos aconseja consumar, como diría Kieerkeggard, el matrimonio del cielo y de la tierra. Comparto también el consejo de este místico. La ascensión del infierno al purgatorio, del purgatorio al cielo; he aquí el lejano, escarpado camino que conduce a la santidad. No soy en absoluto un hagiógrafo en mis novelas, un pintor de íconos. No creo en santos liberados de la tierra, que fueron tocados de pronto por la gracia divina. No creo más que en la lucha. Doy su parte tanto al diablo como a dios, porque los dos luchan en nuestro corazón y los dos colaboran con el destino del universo […] No hay más que una tristeza. No aquella que dice León Bloy, sino la de no combatir. Ser santo es un ideal que podemos seguir o no. Pero hay un estado, el cual, según mi opinión, es superior a la santidad. Es la lucha por alcanzar la santidad […]”
Es decir para él lo principal era el intento. La santidad como un proceso, inacabado muchas veces, una lucha constante. Como en el caso del budismo el medio es el fin en sí mismo que va perfeccionando al ser humano.
Esta “santidad” no tiene porqué ser entendida como un asunto religioso, y menos aún católico, sino como un proceso universal, para todos los hombres más allá de sus creencias, capaz de activar las potencias inmanentes, pero adormecidas por el condicionamiento social, el consumo y la masificación. Esto no implica un abandono de la idea de dios por parte de Kazantzakis. Se le puede usar como una positiva estrategia, como dijo Giovanni Pappini en su cuento El verdadero cristiano: “Yo no creo en dios, creo en las fuerzas que da creer en dios”.
Sobre el particular, citamos un ejemplo tomando las palabras del mismo Kazantzakis, puestas en boca de San Francisco de Asís:
“Un día San Francisco vio un almendro en medio del invierno. Entonces, San Francisco le dijo: ‘Hermano almendro, háblame de Dios’. Y de pronto, el almendro floreció.”
Francisco León.
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