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Diversidad en el consultorio: hacia una medicina no binaria

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El activismo feminista y LGTBQ+ logró cuestionar la heteronorma y acceder a un marco legislativo más inclusivo. Sin embargo, en el campo de la medicina, aún queda un largo camino por cuestionar la «normalidad» biológica. Una becaria postdoctoral del CONICET y de la UNLaM analizó las prácticas y discursos de la ginecología, la urología y la sexología en relación a este problema.

Magalí de Diego y Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM) – Un pronombre mal usado, un vestuario mal señalizado, una ficha médica con sólo dos casilleros, es la punta del iceberg de una cuestión mucho más profunda y compleja: la medicina y su relación con la diversidad.

¿Qué distancias se trazan desde las concepciones de lo “normal” para la medicina con lo que sucede en los cuerpos del siglo XXI? La doctora en Ciencias Sociales, investigadora de CONICET y docente del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM), Ana Mines Cuenya, analiza la incidencia que tienen las ciencias de la salud sexual y reproductiva en la producción -y normalización- de los cuerpos.

“Los modos de concebir las cosas, los modos de tratar al paciente, las metodologías y los estudios que disponen y usan en cada disciplina dan forma a estos procesos biológicos, fisiológicos, los modos de regular y de entender lo que efectivamente pasa y tiene lugar en cada cuerpo”, adelantó la investigadora en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.

– ¿Cómo es la relación entre la medicina y la comunidad trans?
La medicina es una disciplina normativa, o sea que establece ciertos parámetros que encuadran lo que se estipula como “normal” o “sano” y su accionar apunta a que los procesos que afectan a las personas se encuadren dentro de estos parámetros definidos como “normales”. Durante mucho tiempo las identidades trans estuvieron patologizadas, así como también la sexualidad no heterosexual. En contraposición a ese accionar sobre lo “normal”, vemos cómo se construye lo “no normal” y la violencia que eso imprime en lesbianas cis, hombres y mujeres trans y travestis.

– ¿Qué obstrucciones pone esta idea de lo normal en las disciplinas?
Cuando uno escucha y se pone al tanto de cómo la medicina se organiza y del funcionamiento de algunos presupuestos sobre lo que tendría lugar en la vida de las personas, los pacientes no traen a cuenta de todo lo que sucede en su vida y no toman todo lo que la medicina dice. Ahí, se marca una distancia entre el modelo ideal de paciente que la medicina produce de forma recurrente y lo que tiene lugar realmente en la vida de las personas.
La medicina construye esa normalidad y regula la vida de las mujeres y los hombres cis heterosexuales. Los modos de concebir las cosas, los modos de tratar al paciente, las metodologías y los estudios que disponen y usan en cada disciplina dan forma a estos procesos biológicos, fisiológicos, los modos de regular y de entender lo que efectivamente pasa y tiene lugar en cada cuerpo.

– ¿Cómo se traducen estos preceptos en la práctica médica?
En la ginecología, por ejemplo, se intenta acompañar a las mujeres en sus procesos de salud y de control genitomamario, pero se sobreentiende que, cuando se habla de salud, se refiere a la salud sexual y reproductiva y no a la salud general. Esto supone que mujer es igual a salud sexual y reproductiva, y salud sexual y reproductiva es igual a la mujer, sobrecargando nuevamente a las mujeres con todo lo que tenga que ver con ese ámbito -lo reproductivo, lo no reproductivo, lo conceptivo, lo anticonceptivo – aparte de las prácticas de cuidado.

– ¿Y qué pasa entonces con cuerpos que no revisten ese rol?
Si un paciente no encaja con las preguntas clásicas de una consulta ginecológica, muchas veces la reacción es acotar la atención a lo estrictamente genitomamario: pap, control de mamas y listo. Esto sucede, por ejemplo, en el caso de las lesbianas, que muchas veces se sobreentiende que no hay prácticas reproductivas o de penetración. Otro caso es el de las consultas de hombres trans, porque acá no solo se reduce la atención médica, sino que se le suma muchas veces prácticas violentas y discriminatorias, que van desde el uso de pronombre equivocado, es decir, la feminización de un hombre, lo cual trae limitaciones para abordar la complejidad de la vida sexual de cualquier persona.
En el caso de los hombres trans, su orientación sexual puede tratarse de un hombre trans, homosexual que tiene relaciones de penetración con un hombre cis. En ese caso, habría todo un campo de información sobre el que la ginecología podría avanzar; por ejemplo, sobre la anticoncepción y los anticonceptivos indicados para una persona que es usuaria de testosterona. En fin, cosas que se darían si la ginecología pudiese contemplar la existencia de hombres trans como pacientes, pero, al definirse como un campo que tiene por objetivo la salud de las mujeres y al sobreentender que las mujeres son cis, ya desde el vamos hay toda una limitación de cómo ese campo se define, cómo define su objeto, su metodología… y eso trae consecuencias concretas en el abordaje clínico.

– ¿Qué pasa en otras disciplinas relacionadas con la salud sexual y reproductiva?
El campo de la urología es muy interesante y no está muy estudiado. A diferencia de la ginecología, se define por el abordaje de cuadros patológicos, es decir, generalmente no van personas sanas para control, sino pacientes que ya tienen una dolencia. Suelen ser hombres cis de 60 años o más que acuden por dolencia prostática. Las practicas de control de salud son menos frecuentes en el campo urológico, y eso también habla de cómo las masculidadades cis hetero se conforman en el cuidado, el autocontrol del cuerpo y los miedos a la enfermedad.

– Entonces, si el campo de la urología resuelve patologías del árbol urinario, ¿Qué lugar queda para la salud sexual de cis hombres?
Acá surge la sexología médica, una disciplina que se ha constituido en los últimos años en relación a la medicación disponible para la atención de las disfunciones sexuales, que frecuentemente suelen ser disfunciones eréctiles o consultas por eyaculación precoz. Esas son dos de las consultas más típicas de los hombres cis. Sin embargo, la sexología no es un campo médico exclusivamente, es un campo clínico, ya que se desempeñan profesionales médicos, pero también de otras disciplinas, como el caso de los psicólogos. Ya esa formación de base configura las posibilidades del ejercicio sexológico. Muchas veces, quienes van al consultorio ya consumen medicación. Entonces, el médico acompaña indicando cómo usarla y cuando es necesario, con estudios para monitorear su uso.

– De alguna manera, la consulta o tratamiento parece ir más ligada a un síntoma y a algún tipo de imperativo social…
El uso de medicamentos para optimizar, por ejemplo, la función eréctil, ofrece la posibilidad de desempeñar una performance sexual bastante blindada para el hombre cis, con poca posibilidad de fallar, en donde el miedo o la inseguridad parecen no tener lugar. Y es bien paradójico, porque la consulta más frecuente de las mujeres cis hetero en los consultorios sexológicos es por falta de deseo. Hay una especie de hiato en las prácticas médicas, porque para ese tipo de demandas no hay una medicación. Entonces, la sexología medica -que se muestra bastante eficaz en el caso de los hombres cis- para con las demandas de las mujeres cis, las alternativas terapéuticas son más complejas, requieren más esfuerzo de la paciente y no siempre dan los resultados esperados en corto plazo… Es interesante ese desencuentro: hombres cis que demandan tener una performance sexual infalible, lo cual prefigura una mujer demandante que no da lugar a esa falla y, en paralelo, las mujeres cis consultando porque no tienen ganas de tener relaciones.

– Los activismos de género, diversidad sexual y feminismo tuvieron su impacto en distintos ámbitos ¿Qué transformaciones comenzaron a aparecer en la Medicina?
Lo que se va transformando lentamente son la disposición y las estrategias de los servicios, los instrumentos que se usan en el abordaje médico, las guías de prácticas y las historias clínicas, el respeto a la confidencialidad, las singularidades y necesidades de cada uno de estos grupos: lesbianas, gays, trans, trans no binarias, que, a su vez, también conforman una población muy heterogénea. En definitiva, poder pensar en una medicina que pueda ofrecer un servicio desde un hacer más interseccional, es decir, que integre las singularidades de cada demanda. Esa transformación se va dando en gran parte por la lucha, porque es verdad que el sector médico también es bastante heterogéneo y que funciona, muchas veces, de forma corporativa.

– De cara al futuro ¿qué aspectos quedan, entonces, por trabajar?
Veo que, al día de hoy, hay dos niveles de desafío. Uno más simbólico tiene que ver con un reconocimiento de los pronombres, las identidades autopercibidas –porque todos, seamos cis o trans, tenemos identidades autopercibidas-, nuestras trayectorias, nuestros deseos y nuestras elecciones. Pero hay otro nivel que tiene que ver con que esas trayectorias, esos modos de reconocernos, esas prácticas y elecciones que hacemos en nuestra vida sexual, afectiva y reproductiva, también inciden en los procesos biológicos y fisiológicos. La demanda, entonces, también incluye repensar los presupuestos sexistas y racistas que conforman, por ejemplo, el conocimiento de la fisiología como una base no marcada por ningún “sesgo cultural” sobre la que se construye esta idea de neutralidad para la medicina.

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