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CATALINA BUENDÍA LA HEROÍNA NEGRA DE LA GUERRA CON CHILE

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El pasado 20 de noviembre se cumplió 139 años del sacrificio heróico de la iqueña Catalina Buendía de Pecho, quién se convirtió en una de las más grandes heroínas de la Guerra con Chile. Su hazaña aguerrida y valerosa es digna de la mujer del campo, de una excepcional mujer negra, joven, bella, una estatua de ébano del pueblo San Jose de los Molinos. Que no se limitó a su condición de digna esposa y de madre ejemplar, tampoco hizo lo que suelen hacer las damas frívolas de todos los tiempos: no incurrió en la fatuidad de consagrarse exclusivamente al cultivo de su belleza y arreglo personal: primero la Patria.
Buena parte la Historia Oficial acepta con desgano o regañadientes a Catalina Buendía de Pecho como heroína de la Guerra con Chile, condenándola a ser, como otros personajes populares, un ente aislado, borroso y desprendido del conjunto histórico de la patria.  ¿Celos o racismo,  hasta la fecha no se le rinde los honores que se merece como heroína? ¿Por ser una mujer negra, su sacrificio no tiene el mismo valor de nuestros héroes de la Guerra del Pacífico? ¿La historia falsa en los libros que excluye a sectores populares de diversas clases sociales y grupos étnicos? Es el desprecio a una campesina iqueña cuya actividad se desarrolló en la agricultura, qué hizo más que muchos otros cuando los chilenos invadieron nuestro país durante la Guerra del Pacífico, de 1879 a1883?  que lideró la insurrección en defensa de la patria, que arengó de valor a los patriotas iqueños, y con su propio recursos y armas improvisadas, se atrincheró con sus huestes en el cerro de Los Molinos – aproximadamente a 12 kilómetros hacia el norte de la ciudad de Ica – y ofreció una valerosa y épica resistencia a los invasores chilenos, jamás igualada, en la historia de la patria?
Las hordas chilenas invasoras tenían solo un camino obligado hacia la sierra, era  a través de San José de los Molinos-no había otra alternativa-, un pacífico pueblo del valle iqueño, al borde del río del mismo nombre, peldaño de una alta montaña que denota cercanía a la cadena andina. El enemigos no tenían otra disyuntiva, ni contaban con la astucia y resistencia organizada por la valerosa Catalina Buendía. Ella conocía el terreno como la palma de su mano, voz de mando, por eso arengaba de valor a los pocos hombres, ancianos, mujeres y niños que quedaban en el pueblo, que henchidos de un fervoroso sentido de patria, lograron constituir un maltrecho ejército débilmente apertrechado, donde la única fuerza que existía era una indeclinable fe en el triunfo. Tomaron posesión del único baluarte disponible: el cerro “Los Molinos” – desde donde se podía dominarse la policromía de toda la campiña iqueña-, y aguardaban con energía y valor la aparición de la fuerte gendarmería enemiga, que ya anunciaba a las puertas del pueblo el correo secreto de Catalina.

Todos trabajaban infatigablemente día y noche a las órdenes de Catalina Buendía, la respetaban por su contextura alta, musculosa, aceitunada e imponente. Una recia morena, más hecha para las acciones varoniles y rudas, que para las femeninas y domesticas. Descalza, sudorosa, con el pecho casi descubierto corría de un lugar a otro inyectando valor e instruyendo manejo de las pocas armas,  comprobando, ayudando a esa gran tarea de defensa bélica, que tenía absorbido a su pueblo. Los hombres construían fortines, abrían zanjas, improvisaban catapultas y se distribuían puestos de combate. Las mujeres cargaban palos, herramientas, arena para la ruma de costales de la línea principal de resistencia, y los niños llevaban en las limetas de vientre ancho y cuello corto la refrescante “chicha de jora” que calmaría la abrazadora sed del mediodía.
Un loquerío de ansiedad y angustia en el pecho de los molinenses, parapetados, dispuestos a escribir una nueva y gloriosa historia de sangre, como se había escrito en el Morro de Arica, defendiendo la patria herida, mutilada e invadida. Es así, que el 20 de noviembre de 1883 antes que el sol coronase el cenit, las tremendas nubes de  inigualable polvareda nunca antes vista y el toque de guerra de una corneta, precedieron la irrupción del ejercito rojiazul de los sureños. Su caballería venía a la vanguardia haciendo cabriolear sus briosos caballos, mientras la infantería y fuerte artillería ligera seguían su camino en ordenada marcha. La presencia del bien equipado destacamento – y esto lo sabían los propios chilenos – servía para atemorizar cualquier intento de rechazo u oposición del pueblo; menos a este pequeño contrafuerte, que servía de vigía y cuidaba el acceso al pueblo. Los invasores se ufanaban de su impresionismo militar, del poderío arrollador. Siempre  forzaban a los campesinos del lugar a la entrega de la Plaza de Armas o ser acribillados.
Cuál no sería la sorpresa para el enemigo cuando al penetrar a Los Molinos, fueron recibidos por una impresionante lluvia de piedras provenientes del cerro, una descarga brusca de la escopetería y el tumultuoso empuje de una masa afiebrada, que  descontroló por completo a la caballería que se desbocó y furiosa tumbó a jinetes, pisoteándolos varias veces e impidiendo que los infantes y artilleros pudiesen emplazarse convenientemente. En este caos se abalanzo el grupo de combatientes iqueños, en un ataque suicida, rematando a palos y machetes, en un cuerpo a cuerpo a los invasores. Se produjo innumerables bajas que obligaron dar un paso atrás, retroceder, para volver con más fuerza al ataque. Cuando esto acontecía, Catalina Buendía como pantera luchaba contra el enemigo, tomó la bandera peruana y trepando hasta la cima del promontorio y ante el jubilo del pueblo grito: ¡NO PASARAN! ¡VIVA EL PERÚ!
Después de este valeroso episodio de patriotismo demostrado por la resistencia, la historia reseña una vil traición que sufrieron por parte de un avaro poblador del lugar de ascendencia china  Chang Joo, quien se vendió ante los chilenos y les alcanzó subrepticiamente y protegido por la oscuridad de la noche información sobre la exacta ubicación de los patriotas iqueños; la forma de llegar hacia ellos por la retaguardia y por sorpresa. Esta traición se consumó y causó una sangrienta y dolorosa derrota para los nuestros a pesar del valor demostrado. Que al verse ya perdidos, apareció nítidamente la figura de Catalina Buendía, tratando de evitar una mayor hecatombe, salió adelante, portando una bandera blanca que resaltaba en la mancha nocturna, gritó: ¡PAZ! ¡QUEREMOS PAZ HONROSA! ¡NO MÁS SANGRE!
Entre la polvareda y las balas, se vio descender del altozano a una robusta figura enfaldada portando la bandera neutral, que poco a poco fue identificada mejor. Era Catalina Buendía, llegaba con el traje rasgado, los senos descubiertos y zangoloteantes, el rostro surcado de heridas y sudor. Ante el asombro y  expectación de ambos bandos, que habían detenido ya el combate, llegó hasta el pie del monte y dirigiéndose al que supuso ser el jefe de la tropa enemiga, habló en tono claro y sentencioso: “Señor, mi pueblo ha comprendido que seguir resistiendo a vuestras armas es sacrificio inútil. Y aunque no teme a dicho sacrificio quiere pedirle una paz honrosa en que les asegure respeto a sus gentes. De esta forma guardáremos con honor nuestras vidas y vosotros evitareis algunas perdidas. No olvides señor, que no hay enemigo chico”.
De inmediato el jefe de las tropas chilenas, contestó “Sabia es mujer la decisión de tu pueblo, y aunque vuestra situación de vencidos no da derecho a condiciones, te probaré cuan nobles somos como vencedores. Di a tu pueblo que baje del Cerrillo en paz, que sus derechos les serán respetados”. Muy firme y a una señal de Catalina Buendía, confiados comenzaron a bajar de la cumbre el castigado grupo de valientes hombres, con las armas en alto y los cuerpos heridos, fueron congregándose a unos metros de la espalda de su emisario y frente al estado mayor del destacamento enemigo, depositaron sus armas en el suelo en prueba de sumisión. Cuando el último de ellos había dejado caer la suya, la voz del jefe chileno resonó dirigiéndose a sus hombre: “Chilenos, la fuerza es el derecho de los pueblos: la muerte, a lo que los pueblos débiles tienen derecho. Enseñad a esta gente como debieron conquistar el suyo”.

Apagada apenas las palabras de Catalina, una ráfaga de metralleta barrio con los exhaustos cuerpos de los combatientes, que inermes ya, nada pudieron hacer por repeler el fuego. Concluido el ataque a mansalva, el comandante chileno volvió a dirigirse a la enviada diciéndole: «Sólo los emisarios de paz, tienen derecho a que se les respete la vida. Di si volvéis a tu cerro o te rendís incondicionalmente”. Catalina Buendía, disimulando el dolor que le había producido la asquerosa felonía, bajó los ojos aparentando acatamiento y resignadamente, contestó: “Señor, tu poder es grande y cierto, error de vuestro pueblo fue osar desafiarte. Reconocemos tu superioridad, tu valor y el valor de tu gente. Ello nos obliga a rendirte tributo y quiero que me permitas ofrecerte el mío”. El chileno contesto:” Habla, pero no olvides que una traición te costará la vida”.
Catalina Buendía:”Señor, ya te dije que tu poder me ha conmovido hondo, lo único que quiero es ofrecerte la “chicha de la victoria”, que preparé para mis hombres pensando en el triunfo. Pero el triunfo es vuestro, es de vuestra grandeza. Beba pues señor, nuestro humilde tributo, que bien te corresponde”. Y cogiendo entre sus manos una gorda limeta con la sagrada “chicha de jora”, Catalina avanzó hasta el adalid chileno y postrándose casi se la ofreció reverente. Este con astucia y la desconfianza que los rendidos elogios de la mujer no había podido del todo borrar, pero comprometido al mismo tiempo con ellos y con los ojos de sus hombres que le acechaban, dijo, temiendo que la bebida estuviese envenenada:”Te agradezco el presente hermosa mujer, pero ya que me lo ofrecéis deseo compartirlo contigo. Tu bebe primer la “Chicha de jora”, para acompañarte luego de tu generoso brindis”.
Imperturbable y serena Catalina Buendía, cogió la “chicha de jora” – en verdad envenenada con las semillas de la fruta piñón, para diezmar al enemigo – y diciendo:”Con voz señor, por vuestra gloria”, la apuró tranquilamente y secando el pico del objeto con sus manos la extendió al soldado. Convencido este de que la chicha, a juzgar por la prueba, era buena, bebió también el fresco liquido y pasó el recipiente a otro de sus hombres. Y cuando ya habían bebido muchos, uno de ellos señalando a su jefe alarmó: ¡El mayor se desploma! ¿Qué pasa? ¡Maldición! clamo otro ¡La chicha está envenenada! Y mientras otros acudían a auxiliar a su jefe, ya otros se doblegaban preso de convulsiones, sonó una bala potente, certera, siniestra y Catalina Buendía que había resistido hasta ese instante de pie la cicuta mortal, rodó ensangrentada en el pedregoso suelo del lugar. Todavía, envenenada y baleada, de los labios morenos y empolvados podía escucharse entre cuajarones de sangre una frase hecha credo que decía ¡NO PASARAN! ¡NO PASARAN!
Su hazaña es incomparable, digna de la mujer negra, Catalina Buendía de Pecho no claudicó de sus rebeldías ni depuso las armas ante el vencedor. Hizo algo más grandioso y más heroico: con el asta de nuestra propia bandera se atravesó el corazón y murió profiriendo palabras exaltadoras para nuestra patria y el pueblo iqueño ¡VIVA EL PERÚ!

 

NOTA:A las pruebas de gestión en el Congreso y otros foros -para dicho reconocimiento- me remito. Como periodista -con 49 años en el ejercicio profesional- tengo bien claro que mi única lealtad es con mis lectores y mi compromiso es con la verdad. Nada más adecuado para iniciar la entrega de las fuentes, testimonio o recopilación de la historia de mi paisana Catalina Buendía de Pecho, una investigación de pysnnoticias desde 1995, oportuna sobre esta insigne heroína de ébano ignorada por historiadores del país – se lo dije a CESAR AUGUSTO MONTES, HISTORIADOR, PREMIO NACIONAL DE EDUCACIÓN, que pone en duda la heroicidad de Catalina Buendía, porque Jorge Basadre no le ha dedicado grandes páginas-, ME IMPORTA UN CARAJO como periodista iqueño trato de hacer una labor de difusión muy cercana a las personas que deseen conocer y comprender más la historia de Catalina Buendia de Pecho. Gracias al interés del historiador de la PUCP, Capitán de Fragata MGP Alfonso Aguero Moras, colegas, profesores, etc.
Según la COMISIÓN DE CULTURA Y PATRIMONIO CULTURAL SITUACIÓN DE PROYECTOS DE LEY «ACTUALIZADOS» Y NUEVOS – INGRESADOS A JUNIO DE 2003 LEGISLATURA 2002-2003.
Proyecto de Ley (130) 7279/2002-CR. Fecha de Ingreso: 26/6/03 Sumilla: Propone LEY que declare heroína nacional a la insigne dama iqueña doña Catalina Buendía de Pecho por su patriótica inmolación en defensa de su patria en la guerra con Chile. Autor: Pedro Carlos Ramos Loayza (Congresista por Ica). Estado: En estudio
Esta es la versión en caché dehttp://www.congreso.gob.pe/…/cultura/estado_proyectos.htm Se trata de una captura de pantalla de la página tal como esta se mostraba el 27 Oct 2011 06:51:10 GMT.
ANTECEDENTES
1. El Congresista de la República Pedro Ramos Loayza, ejerciendo el derecho a iniciativa legislativa que le confiere el artículo 107º de la Constitución Política de la República del Perú y de conformidad con el Art. 75º del reglamento del Congreso, presentó el 19 de Junio del 2003 el siguiente Proyecto de Ley:7279/2002-CR
LEY QUE DECLARE HEROÍNA A LA INSIGNE DAMA IQUEÑA CATALINA BUENDÍA DE PECHO.
FUNDAMENTO
La historia peruana es especialmente privilegiada por el valor que demostraron nuestros principales y reconocidos héroes como fueron don Miguel Grau, francisco Bolognesi, Alfonso Ugarte, Andrés A. Cáceres, José Olaya, María Parado de Bellido, Antonia Moreno de Cáceres, Micaela Bastidas, etc. y por supuesto hasta hoy hay muchos que permanecen en el anonimato como por ejemplo Rosa Bernal de Ugarte, la ejemplar madre de Alfonso Ugarte, Hortensia Ceballos de Ruiz, Gregoria Laínez, Clara Enríquez de pobeda y obviamente Catalina Buendía de Pecho, dama nacida en el distrito de San José de los Molinos, aproximadamente a 12 kilómetros hacia el norte de la ciudad de Ica, al borde del río del mismo nombre y cercana a la gran cadena montañosa que denota cercanía de la cadena andina, su actividad principal es la agricultura, produciendo principalmente algodón, los ricos pallares y las deliciosas uvas.
EFECTO DE LA VIGENCIA DE LA NORMA SOBRE LA LEGISLACIÓN NACIONAL
La vigencia de esta norma tendrá efectos enriquecedores sobre la legislación nacional por cuanto despertará en la clase política de los niveles superiores y en la población común, sentimientos patrióticos de reconocimiento a los valores nacionales y personalidades que han ofrendado sus vidas por los sagrados ideales de defensa de nuestra patria, en las diferentes facetas de la actividad humana.
ANÁLISIS COSTO BENEFICIO
La implementación de esta ley, no irroga gasto alguno al tesoro público, tampoco generará costo social ni económico a la población, por el contrario los beneficios aportantes serán incalculables por cuanto se sembrará en la juventud y niñez peruana gestos claros de civismo, que estimule el patriotismo con acciones supremas carentes de interés personal como un aporte para el progreso y engrandecimiento de nuestra patria.
2. OTRA FUENTES PARA NO OLVIDAR
a) El literato y escritor ancashino César Ángeles Caballero,ilustre investigador de la historia peruana y en particular iqueña, escribió en su libro “Valores Cívicos Patrióticos”, Catalina Buendía de Pecho es otra es otra de las mujeres paradigmáticas que enorgullece al Perú y glorifica epónimamente a Ica, sembrando una estela heroica como sendero a través del cual debe transitar la mujer peruana, si el caso lo requiere.
b) “Almanaque Mundial 1974” señala:”Buendía de Pecho, Catalina, dama peruana nacida en Ica. Durante la Guerra del Pacífico (1879-1883), al invadir los chilenos su tierra natal, se parapeto con u grupo de patriotas en el cerro “Los molinos”. Cuando el enemigo tomó la altura, murió heroicamente, atravesada por el asta de su bandera (sección: Mujeres Celebres de América, pág.89).
c) “Revista VANIDADES” (JULIO 1973) Etiquetó:Buscó la muerte con el asta de su bandera. Era joven y bella. Nació en Ica, Perú. Se llamaba Catalina Buendía de Pecho y fue una mujer excepcional. No se limitó a su condición de digna esposa y de madre ejemplar (…) Cuando los chilenos invadieron su país, durante la Guerra del Pacífico (1879.1883) arengo a los patriotas peruanos, lideró la insurrección y con recursos y armas improvisadas, se atrincheró con sus huestes en el cerro de Los Molinos y ofreció una heroica resistencia (…) Con el asta de su propia bandera se atravesó el corazón y murió profiriendo palabras exaltadoras para su patria y su pueblo.
3. Y otros testimonios de mi familia y paisanos. Sobra decirles, que estaré atento a sus sugerencias y aportes que serán de gran utilidad.
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