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El silencio de Hiroshima y el brado del Papa

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Papa Francisco definió el dinero que se gasta para construir los armamentos atómicos un «atentado que va al cielo».

Fue un grito que rompió el Gran Silencio en memoria de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki. La firme condena no sólo del uso, sino también de la posesión de los armamentos atómicos que Francisco pronunció de los dos lugares símbolo del holocausto nuclear de la Segunda guerra mundial marca un paso más en el magistrio social de la Iglesia.

Hiroshima

En Nagasaki, en el Parque Atomic bomb Hypocenter, el Papa afirmó que la paz y la estabilidad internacionales son incompatibles con cualquier intento de construir basado en el miedo a la destrucción recíproca o en una amenaza de aniquilación total.

Ha definido «un atentado continuo que golpea al cielo «el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan para fabricar, modernizar, mantener y vender las armas, siempre más destructivas, en el mundo de hoy»donde millones de niños y familias viven en condiciones inhumanas».

Y denunció la erosión del enfoque multilateral, fenómeno aún más grave ante el desarrollo de las nuevas tecnologías de las armas que nos está llevando hacia la Tercera guerra mundial, aunque por ahora combatida «en pedazos», como a menudo recuerda propiamente Francisco.

En Hiroshima, última etapa de este largo viaje Japonés, el Papa quiso reiterar que » el uso de la energía atómica para fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad, sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común.

El uso de la energía atómica para fines de guerra es inmoral. Seremos juzgados por eso». Pero también añadió, en la estela de un discurso pronunciado en noviembre de 2017 en el Vaticano, que es inmoral no sólo el uso de las armas atómicas.

Lo es también su posesión y su acumulación, que hacen al mundo cada día en peligro de autodestruirse.

La verdadera paz, concluyó Francisco, sólo puede ser una paz desarmada, fruto de la justicia, del desarrollo, de la solidaridad, de la atención por nuestra casa común y por la promoción del bien común.

Aprendiendo de las enseñanzas de la historia que el abismo de dolor vivido en Hiroshima y Nagasaki nos siguen presenciando.

Ese abismo de dolor bien presenciado en la cara de Nuestra Señora de madera encontrada en las ruinas de Nagasaki, que con su proximidad y su advertencia acompañó la celebración de la misa de Francisco.

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