Esoterismo

EL BENEFICIO DEL CONSUMO DE HOJA DE COCA MÁS ALLÁ DE LOS MITOS Y LOS PREJUICIOS

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Hubo un tiempo, cuentan los abuelos, en que el hombre podía comunicarse con la naturaleza. Era el tiempo de las cercanías, en que los dioses y demonios, que nos habitan, nos mostraban el rostro, en clara complacencia, a fin de ayudarnos a resolver nuestros problemas. Ese fue, el tiempo de la magia. Ahora, al parecer, perdido.

La primera pregunta es ¿qué sucedió? ¿Por qué este alejamiento?  Existe un conjunto de causas tanto históricas y económicas que ya conocemos y que no analizaremos ahora.

Lo cierto es que los hombres y las mujeres del antiguo imperio del Tawantinsuyo fueron despojados, igual sucedió en el resto de América, no solo de su lengua y de sus dioses, sino y principalmente de su espíritu. Siendo más claros, diremos que solo lo pareció, para beneplácito de los conquistadores. El viejo orden, la cosmovisión propia, persistió, oculta en mitos contados de boca a oreja, en el “sincretismo” religioso esa táctica para continuar adorando a los Apus a través, transparentando al panteón católico.

Para ser más claros diremos también que durante la conquista sucedió, lo que el escritor argentino Abel Posse[1] llamó el “cubrimiento de América”. Esto es, un proceso sistemático de inferiorizar, una inversión interesada de los valores propios de la cosmovisión andina. Los habitantes del Tawantinsuyo fueron tildados de salvajes y de herejes. Para redimirlos de su primera condición estaba el gobierno español, para la segunda la Iglesia Católica.

Sin embargo, de manera secreta, subterránea, la cosmovisión andina perduró. Siempre a la espera del retorno, del Inkarri, del día del Pachacuti o el cambio  del statu quo social.

Muchas veces me he preguntado, ¿qué potencias posibilitaron esta resistencia cultural?, en medio de una opresión absoluta, donde hasta el pensar estaba regulado, prohibido, encarcelado. Obtuve la respuesta conversando con algunos chamanes e investigadores. La hoja de coca. Ese fue el vehículo de la fortaleza requerida. Debido a que sus efectos tienen un largo alcance en la mente, lugar de construcción y “descanso” de lo simbólico, que es a su vez la base de la “realidad”.

Durante el incanato la hoja de coca solo era utilizada por la elite. La clase sacerdotal, el Inca, los amautas, los arquitectos que construyeron Sacsayhuamán, Macchu Picchu, y demás maravillas que hasta hoy nos sorprenden. Además, de ser el alimento de ejércitos que en época de Pachacútec llegaron hasta la Oceanía, de donde volvieron victoriosos, cargando objetos de esas tierras y prisioneros.

La llegada de los hispanos cambió para siempre el mundo andino. En un primer momento, prohibieron el uso de la hoja de coca. La llamaron planta demoníaca los extirpadores de idolatrías. Posteriormente, los jesuitas descubrieron sus beneficios como energizante e inhibidor del hambre. Fue el inicio de su mal uso. De su perversión. Junto con aguardiente lo convirtieron en  el único “alimento” de los indígenas que trabajaban, enajenados, hasta morir en las minas.

El tiempo transcurrió y el hombre occidental puso la mira en los beneficios de la hoja de coca. Solo que extrajo uno de los 14 alcaloides naturales que la planta posee y que actúan en conjunción. Nos referimos a la cocaína. Con base a tal alcaloide, se crearon y comercializaron tónicos, cigarrillos, bebidas múltiples. Muchos hombres de ciencia, Sigmund Freud entre ellos, la consideraron una panacea y establecieron un equívoco que hasta hoy perdura: REALCIONAR A LA HOJA DE COCA CON LA COCAÍNA. Lo cual es como creer que las papas son vodka, o que la uva es vino.

Sin embargo, el equívoco, por demás interesado, continúa. La hoja de coca fue censurada por los políticos, positivistas en el fondo, de la década del 30 que veían en ella una causa de la “bestialización” del indio. Fue censurada por la iglesia, que a pesar de haber sido cómplice de la conquista y fomentar su uso para mejor explotar al pueblo, nunca hizo un mea culpa y actualmente es censurada por los organismos manipulados por los Estados Unidos, paradójicamente el mayor consumidor de cocaína. País cuyos satélites pueden detectar un alfiler desde el espacio, pero no así  las ingentes cantidades de clorhidrato que entran a diario, directo a las narices de sus políticos y empresarios.

¿Cuáles son las consecuencias de la censura y confusión interesada? En primer lugar el rédito económico y poder que obtiene el narcotráfico. Otro, es que las personas se pierden los beneficios de una planta sagrada y amiga del ser humano.

Es que debemos comprender que las plantas maestras, o plantas de poder, se desarrollan en un espacio determinado para ser usadas por la gente que vive allí. Es decir, que comparte con ellas mecanismos de adaptación a niveles que sobrepasan lo físico. La hoja de coca está hecha para ser usada en el Perú. Tiene más calcio que la leche, más hierro que las lentejas, por citar solo dos ejemplos. En un país desnutrido, con niños anémicos, con miles de personas con TBC, ¿qué esperamos para incluir, potenciar y fomentar el uso de la hoja de coca como complemente de nuestra alimentación? Solo una decisión política que nunca llega, por interés, por ignorancia o conveniencia.

Para concluir quiero mencionar otro aspecto fundamental del consumo de la hoja de coca. Me refiero al que se da en el plano “espiritual”, del ser, del yo, llamen como gusten a ese “algo” que nos conforma junto con la materia de la que estamos hechos. La hoja de coca usada de modo ritual, en el picchado o acullicu, brinda una ritualidad, que falta, a la vida de las personas. Entendiendo que somos seres rituales. Su consumo brinda sentido, en un mundo vaciado de este, da tranquilidad al generar estados meditativos, de relajación y contemplación de la verdadera realidad, como en el budismo Zen.

Es obvio que una sociedad basada en el consumismo dicha práctica no le resulta conveniente. Una persona llena de sí misma, satisfecha y realizada, o en camino de lograrlo, en muchos aspectos, no requiere tratar de llenar su existencia comprando la “felicidad” plástica, enlatada, que los medios de comunicación nos ofrecen como el “objetivo”, la “meta”.

Aunque no queramos verlo o aceptarlo, el estilo de vida basado en el hiperconsumo fracasó. ¿Por qué fracasó? Si las fábricas siguen produciendo, dirán algunos. Fracasó porque cada día se derriten los glaciares, desaparecen las especies, aumenta la temperatura a niveles extremos, etc. El planeta no da para más, debido a que el cuento de la “felicidad” material ilimitada es solo eso, un cuento tragicómico.

El hombre aterrado, en Siria, en Palestina, en Yemen, etc. etc. No sabe hacia dónde voltear la cabeza, pues los falsos dioses de todas las religiones los engañaron. No tiene a quién recurrir porque los políticos les roban y sus fuerzas armadas los matan para servir a los grupos de poder. Entonces, probemos el voltear la mirada nuevamente hacia el interior, buscar antes del fin, una forma no de evadirnos, sino de reconciliarnos con la naturaleza, en el entender que somos la naturaleza, también. Es decir, parte de ella. Es en esta instancia que el consumo ceremonial de hoja de coca aparece como una alternativa, en medio de charlatanes que solo desean quitarles el dinero a sus clientes con mentiras de PNL y Yoga para “negocios”.

Vivimos en la era de la apariencia. Lo importante es parecer y no ser. Por eso, se requiere valor para enfrentarnos a nuestra verdadera imagen interna. ¿Cómo buscarla? La hoja de coca es la respuesta.

Francisco León

[1] POSSE Abel, “Novela y crónica”. En FERNÁNDEZ Guadalupe, coordinadora, Literatura hispanoamericana del siglo XX: historia y maravilla. Universidad de Málaga, España. Málaga, 2004.

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