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Humberto Castillo Anselmi, «El Chivo»: un reportero siempre¡¡¡¡
Recuerdo cuando lo ví por primera vez, en una foto que tomó mi desparecido padre Luis Guerra Donayre, cuando convalecía de una penosa enfermedad que, finalmente, lo llevó a la tumba. Me impresionó su abundante melena canosa, blanca, su mirada fina y rasgada, su piel colorada y su estampa delgada: Era el «Chivo» Castillo, amigo de mi señor progenitor que aquella vez concurrió al hospital de El Empleado, hoy Edgardo Reblagiati Martins para visitar al convaleciente Guerrita.
Más tarde, cuando hacía mis pininos en el periodismo, lo encontré en el diario La República donde le recordé la foto junto a mi padre, se la mostré y le hice saber que yo era el hijo de quien en vida fue Jefe de fotografía del diario Expreso, en la época del gobierno del General EP Juan Velasco Alvarado (1968-1975). Eran otros tiempos, bajo el lema: Los diarios para sus trabajadores los periodistas hicieron historia, produjeron los mejores periódicos de antaño. Estatizados y expropiados, los matutinos Expreso y Extra, al ex ministro de Hacienda del gobierno belaundista, Manuel Ulloa Elías, fueron manejados poor vez primera para beneficio de los trabajadores y de sus familias.
Fue en La República que aprendí de Humberto Castillo. Sus enseñanzas no eran con lápiz y papel o ante una pizarra, sino con el ejemplo. De cómo escribía, cómo conseguía la primicia de la noticia y de cómo con impresionante elegancia escribía sus notas, que luego devorábamos, de principio a fin, quienes nos deleitábamos de su sencillez y estilo para trasmitir la verdad diaria del país.
Innumerables veces cubrimos comisiones periodísticas, yo en El Popular y él en La República. Diarios hermanos de editora La República. Recuerdo, por ejemplo, cómo aprendí a hacer una nota con sólo una frase de un entrevistado. Pues en esa frase, que previamente, ya había pensado El Chivo, la vestía de una serie de datos, detalles y descripciones que podían resultar, finalmente, una central. Amante y admirador del novelista y periodista norteamericano, Errnest Hemingway, evocaba siempre como lectura para los periodistas noveles el título Enviado Especial. «Yo aprendía escribir de él», me dijo con bastante énfasis en sus palabras. Desde que me dio el dato no paré de comprar cada obra de ese premio nobel de la literatura, quien antes que escritor fue un gran periodista.
Le sacaba la vuelta a la TV
También, rememoro aquellos momentos que pasan por mi mente, cómo le «sacaba la vuelta» a los canales de televisión, porque siempre todos ellos trasmitían lo mismo. Mientras, que el Chivo Castillo esperaba el último momento, cuando ya ellas (las reporteras de TV) se habían despachado, él obtenía la «pepa». Al día siguiente, en la primera plana de La República su primicia daba la pauta y ponía la agenda pública, sin hacer mayores aspavientos, les daba y una clase de periodismo a Mónica Chang, Pilar Higashi, Laura Sampén, Violeta Tenorio y otras que no recuerdo, de los canales 2, 4, 5 y 9 de nuestro país. Ese era el Chivo Castillo. Tenía una proyección y una visión de reportero inimaginable, precisa, inagotable y perspicaz. Nadie le ganaba, iba bien preparado y documentado. Por eso, su nota solo era una frase. Por aquella época, el candidato a la presidencia, Alberto Fujimori, lo atendía personalmente, solo a él. Y cuando lo veía lo llamaba. Conversaban brevemente pero solo por la noticia, porque Humberto Castillo nunca buscó el poder, siempre fue de perfil bajo y empecinado en lo que fue su vida hasta el último momento de su pensamiento: la noticia.
Posteriormente, lo perdí de vista, lo volví a ver hace años en el Club de Periodistas donde nos reuníamos con los grandes maestros del periodismo nacional, que hoy van también saliendo de escena y como si fuera una fila, enfrentan el termino de sus vidas, camino que todos marcharemos tarde o temprano; caso de los que nos dejaron como Ismael León Arias, Alejandro Sakuda, Roberto Salinas, Javier Rojas, César Terán, Armando Campos, Ernesto Salas, Víctor Robles, entre otros, a quienes mediante estas líneas rindo homenaje al igual que a nuestro amigo y hermano El Chivo Castillo, que nos inspira en esta crónica.
No quiero terminar estas líneas, sin mencionar la impresionante cobertura y sus crónicas, aquella vez cuando cayeron nuestros colegas en la época del terrorismo, en Uchuraccay. Lo veo en mi mente, aún con sus botas, chompa, jeans y siempre su impresionante melena cana. Su lapicero en mano y solo unas hojas donde apuntaba los datos. Tenía la satisfacción de que nunca le enviaron una carta de rectificación, porque le bastaba solo lineas para contar una historia noticiosa que daba la vuelta al mundo. Viva el Chivo Castillo, Vivan sus enseñanzas y viva su ejemplo de reportero siempre. Maestro, descansa en paz. Vivirás en nuestro recuerdo.