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Éramos cientos, quizá miles…
Converso con el taxista de Uber una noche de cielo oscuro, me pregunta el oficio y le digo que soy periodista, redactor, que voy a cubrir la procesión del Cristo Moreno. ¡Ah mira que bacán!, es su respuesta.
Vuelvo al barrio que me vió nacer, vuelvo a Barrios Altos a seguir la tradición.
Y efectivamente, éramos cientos, quizá miles…
Las calles estaban abarrotadas y entre el tumulto de gente se vislumbraban rostros ajenos a la celebración, es lo malo de mi barrio… ¿Qué se puede hacer?
Literalmente estábamos tan apretados que no se podía respirar bien, los niños lloraban probablemente del aburrimiento o el sofocante tumulto que se les venía encima. Por mi parte intenté acercarme lo más que pude, es aquí donde dejas de ser periodista y te conviertes en un peregrino más, alguien que (como todos) tiene que hacer penitencia y lucharla para llegar a la Santa Imagen. El olor a anticucho, rachi, mazamorra morada y picaronea me hacía agua la boca. En algún momento y quizá por el cansancio del momento decidí parar un rato, viendo como la imagen se alejaba… Pero no tanto como para no poder alcanzarla.
Entonces encontré un pequeño espacio por donde escabullirme, saltando y pasando por un mar de gente logre estar en la parte frontal de la imagen, lo había logrado. Sin embargo la gente apresuraba a que sigamos caminando… Y aquellla satisfacción se vio quizá un poco opacada por los griterios de las personas que (probablemente incómodas por los apretujones y empujones) pedían que avancemos y que «no estorbáramos».
Es posible que sea mayor la gente el día del último recorrido, donde volverá el Cristo Moreno a las Nazarenas, allá por la tierra de los turrones… Y es bastante probable que, vuelva a visitarlo.